Bolt marca el paso a la madurez de Pixar, ahora que se ha hecho, a través de su
capo di tutti capi John Lasseter, cargo de la animación en Disney. Madurez no en el sentido de trascendencia artística que la crítica suele dar a este término (y que Pixar alcanzó hace tiempo), sino en el sentido que tiene en el mundo de los negocios:
sentar cabeza.
Este proceso
se mostró tempranamente en Los Increíbles, el primer film de Pixar del cual puede decirse (más allá de sus méritos) que no es una creación original sino una remezcla de lugares comunes del género infantil.
Una de las pruebas de este
coming of age fue el despido, durante la producción de
Bolt, de quien iba a ser el director de la obra, Chris Sanders. No es que fuera la primera vez que Lasseter tomaba la decisión de apartar a un director para garantizar el resultado de un proyecto. Ya lo había hecho poniendo a Brad Bird en lugar de Jan Pinkava durante el rodaje de
Ratatouille. La diferencia es que, mientras Pinkava es un relativo desconocido -un veterano empleado de Pixar que había dirigido uno de sus cortos,
Geri's Game-, Sanders es el creador de
Lilo & Stitch, un artista polifacético que firmó el canto del cisne de la animación tradicional en Disney.
La historia y los personajes originales ideados por Sanders para lo que terminó siendo Bolt eran, ciertamente, menos comerciales que el resultado: un perro estrella de cine, perdido en el desierto de Nevada, acompañado por un gato tuerto y un superconejo radiactivo, en lugar del viaje a través de Estados Unidos, la gatita rebelde y el hámster escudero. Aquí, unos ejemplos de los diseños originales de Sanders (via
Pop Culture Buzz).
Bolt no es una mala película, pero para tratarse del primer film de Disney bajo el pleno control creativo de Pixar soprende por carecer de uno de los ingredientes que precisamente convirtieron a Pixar en los amos del género: la vocación de hacer una obra maestra en cada film. En Bolt, la única fuerza motora es la que mueve a los perros verdaderos: la de agradar. Tengo la tentación de decir aquí que Pixar se ha domesticado, pero la verdad es que quien menea la cola y saca la lengua es Disney. Me pregunto si Lasseter habría entregado un producto así con la firma de su estudio, o si en su visión estratégica de este monstruo bicéfalo que es la suma de Disney y Pixar, el primero es un clase B destinado a traer el morfi a casa y el segundo, el responsable de cambiar la historia del cine.
Pixar reserva su denominación de origen para historias de seres orgullosos de su condición de únicos, desde Buzz Lightyear hasta el Remy de
Ratatouille, pasando por Rayo McQueen y la familia de
Los Increíbles. Y deja para sus patrones la historia de un perro que se cree único y debe aprender que no lo es.
Curioso destino para Disney, que fue quien compró Pixar, y no al revés.