He aprovechado la semana para ver dos películas a las que Irak ha vuelto a dar actualidad: La Batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1965) y Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001). Ambas hablan de conflictos bélicos, herencia del colonialismo y potencias invasoras. Las dos son películas interesantes. Su punto de vista es, sin embargo, opuesto.
Pontecorvo narra en su obra la revolución y el nacimiento en Argelia del FLN (Frente de Liberación Nacional), como respuesta a la ocupación francesa. Rodado como un falso documental muestra la violencia terrorista, la guerra sucia por parte de las autoridades y, en definitiva, el correr de sangre inocente por la intolerancia política. Condena a los ocupantes, Francia, y justifica a los terroristas, que encima matan en nombre de Alá. ¿Panfleto izquierdista? Una gran película.
Black Hawk derribado es, en cambio, un videojuego con actores reales. La magistral puesta en escena de un campo de batalla: Mogadiscio, Somalia. Un grupo de marines ha de detener en territorio hostil a unos altos mandos rebeldes, cuyos argumentos no importan: son negros, flacuchos y parecen reproducirse como moscas, siempre con la misión de matar a los marines. Estos, que han ocupado el país para imponer (su) orden, se consideran a sí mismos héroes. ¿Onanismo yanqui? Un gran espectáculo.
¿Debemos juzgar una película bélica por el bando en el que lucha? Si es así, Ridley Scott es culpable. Su superficialidad llora la muerte de 17 americanos, pero desprecia a más de 1.000 cadáveres y a todo un pueblo condenado. Pero para otros no merecería mejor destino Pontecorvo, quien da un matiz casi heroico a dejar bombas en lugares públicos. En mi opinión cine es cine, y ambos pueden ser admirados. Cine por dinero o cine por ideas, por supuesto, pero en ambos casos mayúsculo cine.
2 comentarios:
Vi la batalla de Argel hace 20 años, y no la vería nuevamente. No vi Black Hawk, y no la vería... ¿No podemos hablar de otra película?
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