sábado, 17 de abril de 2004

Camino a la perdición

La vi anoche en DVD. La dirección artística tiene ese brillo primoroso que Hollywood se siente obligado a dar a los films de gran presupuesto y que hace que hasta un mendigo parezca vestido por Armani. Una de las peores consecuencias de esta técnica es que hace de colchón emotivo; hasta los asesinatos dan gusto de lo bien iluminados que están. Pero el film cuenta cosas tremendas y con este planteo visual pierden todo dramatismo. Es una característica del tándem Sam Mendes-Conrad L. Hall, que ya había hecho lo mismo en Belleza Americana, aunque por la vía de la saturación de colores, mientras que en Camino a la perdición todo luce atenuado. Son técnicas que anestesian el ojo. Viendo las entrevistas al equipo técnico entre los extras del DVD, me sorprendió que varios en en la producción (entre ellos el propio Hall) coincidían en que el film habría estado mucho mejor en blanco y negro.

Lo peor es la elección de Tom Hanks para el rol principal. Hanks le ha hecho creer a los estadounidenses que puede interpretar cualquier papel, pero encarnar a un tipo que es a la vez un asesino a sueldo y un padre responsable requiere una dimensión trágica que este actor forjado en comedias no tiene por más Oscar que le echen. Lo que queda bien dentro de la gruesa dinámica dramatúrgica de una historieta (es gracioso que se hable de el origen de este film como una "novela gráfica", un concepto inventado por consumidores de historietas avergonzados) requiere maestría interpretativa para llegar de manera creíble a la compleja capacidad expresiva del cine. El resultado no es un desastre total porque Hanks sí es un buen actor, pero el film pierde mucho entre el exceso de luz y la falta de casting.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Camino a la perdición comienza con una pregunta de tipo ético, pero pasados diez minutos uno ya sólo se fija en lo estético. Los dos personajes principales carecen de todo carisma y resulta imposible quererles. ¿Error de casting? Quizás, pero también absoluta incapacidad de Mendes a la hora de dar un ápice de emoción a la relación entre padre e hijo. Estética, lugares comunes y previsibilidad total. Además de Paul Newman sólo me gusta de la película el título, que adelanta el futuro del pequeño protagonista: para exorcizar sus demonios interiores (inexistentes, al haber muerto 37 personas frente a sus ojos pero ser cada vez más puro, inocente, bueno) y salvar del infierno a su progenitor acabará ejerciendo el sacerdocio en algún idílico paisaje granjero de Illinois. Terminar así es, desde luego, haber recorrido completo el camino a la perdición.