domingo, 30 de octubre de 2005

Sobre El aura


Como se ha hablado ya bastante acerca de las diferencias entre la opera prima de Fabián Bielinsky, la exitosa Nueve Reinas, y su segundo film, la recién estrenada El aura, abundaré en sus similitudes.

Es verdad que El aura carece del aire ligero, urbano y hasta casi alegre de Nueve Reinas. En El aura, el mecanismo del suspense es desmontado como en Nueve Reinas, pero no para divertir al espectador con pases de mago, sino para exhibir sin trucos la monstruosa naturaleza del hombre común. Los pícaros de Nueve Reinas cambian pero solo en apariencia, porque lo que el espectador sabe de ellos varía con el paso de los minutos; en El aura, los personajes evolucionan o por lo menos despliegan actitudes que -como le ocurre a David Sumner en Los perros de paja o al capitán Macwhirr de Tifón, la novela de Conrad- siempre llevaron dentro sin que encontraran acontecimientos que las hicieran visibles ante sus pares. Si Nueve Reinas es descendiente directo de los juegos argumentales de House of Games, de David Mamet, El aura lleva el linaje del cine negro francés del Henri-Georges Clouzot de los años 50.

En particular, los antihéroes compuestos por Ricardo Darín en ambos films parecen, a primera vista, opuestos. Uno es un sabelotodo callejero; el otro, un artesano callado y solitario. Ambos son, sin embargo, pobres diablos que comparten un don de observación que les lleva a creerse más de lo que son. Uno de los pecados más enternecedores de la inteligencia: creerse genialidad.

En los infortunios de ambos hay considerable fatalidad, pero no la de los antiguos griegos, que consideraban a sus héroes siempre a merced del capricho divino. La fatalidad está en ellos mismos, en su creencia de que pueden ver un plan en el caos cotidiano y ejecutarlo a la perfección, solo para descubrir que son incapaces de controlar todos los detalles. Con sus héroes fallidos, Bielinsky nos dice que la vida sería un golpe perfecto, si no fuera por nosotros.

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