Me entero con horror de la decisión de Warner de adaptar Watchmen, el cómic de Alan Moore, a un largometraje. Estreno previsto para 2006, un director contratado (Paul Greengrass, de The Bourne Supremacy). Antes se habían apuntado Terry Gillian y Darren Aronofsky, probablemente más aptos para manejar una historia como esta. El propio Greengrass pinta la dificultad en una sola frase: "¿Cómo llevas a la pantalla el Citizen Kane del cómic?"
Hay dos problemas. El primero es el formato. La historieta original de Moore se publicó en 12 episodios. No se trata solo de que el argumento es demasiado extenso o denso, o que hay muchos personajes. Es que la estructura narrativa de toda la historia está claramente estructurada en forma de serial, cada episodio con su motivo y final, su motivo gráfico recurrente, su tema central, su frase como título-epílogo... El formato adecuado sería una miniserie para televisión, o bien (¿por qué no?) extender la idea de sagas en largometrajes como Matrix y el Señor de los Anillos a la cantidad de partes necesaria para que relato se despliegue con todo su poder.
El segundo problema es peor aún. No es la forma, sino el contenido. Por tratarse de un relato de ciencia-ficción con decenas de personajes y extendido por cuatro décadas, Watchmen solo puede ser un film de gran presupuesto. Pero los hechos que describe y el sentido que Moore les da es imposible de digerir en una obra destinada para consumo masivo. En Watchmen hay (no lean más los que no hayan leído el cómic y no quieran detalles) un héroe violador, el asesinato de una embarazada, una niña arrojada como alimento a los perros, un superhombre que se clona a sí mismo para estimular sexualmente a su amada, un relato de piratas en plan gore, un amago de holocausto... Esto tiene que terminar mal.
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